DONDE CRECE EL MAL, CRECE TAMBIÉN LA ESPERANZA DEL BIEN

Toda esta cuaresma me ha acompañado un libro interesantísimo que recopila una serie de entrevistas que le hicieron al Papa Juan Pablo II, cuando nos quedan sólo días para su canonización como Santo (27 de abril). Me llamó la atención no tanto el título del libro (Memoria e Identidad), sino una frase de San Pablo que se citaba en la contraportada y que Juan Pablo II la contextualiza hablando de los dos regímenes totalitarios más implacables del siglo XX (Nazismo y Comunismo Soviético), los cuales le toco vivir en primera persona.
Es una afirmación fuerte de captar de primera mano, porque dice que “en determinadas circunstancias de la existencia humana parece que el mal sea en cierta medida útil, en cuanto propicia ocasiones para el bien. ¿Acaso no fue Johann Wolfgang von Goethe quien calificó al diablo como: «una parte de esa fuerza que desea siempre el mal y que termina siempre haciendo el bien»? Por su parte, san Pablo exhorta a este respecto: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12, 21). En definitiva, tras la experiencia punzante del mal, se llega a practicar un bien más grande.”


Luego escribiré sobre los temas que me ha inspirado como la coexistencia del bien y el mal, las ideologías, la redención, la libertad, los conceptos de patria-nación-estado y finalmente la democracia, pero esta semana santa lo he podido terminar y ha sido iluminador su epílogo: “Alguien desvió esa bala”. Comentando sobre el atentado del 13 de mayo de 1981, el perdón a Alí Agca y el misterio de la Virgen de Fátima se ve a una persona que ha estado frente al mal (el intento de asesinato) y al mismo tiempo experimentado la misericordia y el perdón frente a su verdugo. Que alguien así hable del bien y el mal para mi tiene mucho sentido.

Este epílogo termina de una manera muy pertinente para la realidad Venezolana y el riesgo que corremos: “¿Querrán los hombres tomar nota de las dramáticas lecciones que la historia les ha dado? O, por el contrario, ¿cederán ante las pasiones que anidan en el alma, dejándose llevar una vez más por las insidias nefastas de la violencia?

Y nos llena de esperanza cuando afirma que “El creyente sabe que la presencia del mal está siempre acompañada por la presencia del bien, de la gracia….Donde crece el mal, crece también la esperanza del bien. En nuestros tiempos, el mal ha crecido desmesuradamente, sirviéndose de los sistemas perversos que han practicado a gran escala la violencia y la prepotencia. No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, «artesanal», por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.

En esta semana santa me ayudó mucho a recordar el valor de la pasión de Cristo y que nuestra fe no es algo accesorio separado de la realidad. Continúa Juan Pablo II afirmando que, “no existe mal del que Dios no pueda obtener un bien más grande. No hay sufrimiento que no sepa convertir en camino que conduce a Él. Al ofrecerse libremente a la pasión y a la muerte en la Cruz, el Hijo de Dios asumió todo el mal del pecado…. Es el sufrimiento que destruye y consume el mal con el fuego del amor, y aprovecha incluso el pecado para múltiples brotes de bien.”

“Esto se refiere a todo sufrimiento causado por el mal, y es válido también para el enorme mal social y político que estremece el mundo y lo divide: el mal de las guerras, de la opresión de las personas y los pueblos; el mal de la injusticia social, del desprecio de la dignidad humana, de la discriminación racial y religiosa; el mal de la violencia, del terrorismo y de la carrera de armamentos. Todo este sufrimiento existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que es la entrega de sí mismo al servicio generoso y desinteresado de los que se ven afectados por el sufrimiento.”

“En el amor, que tiene su fuente en el Corazón de Jesús, está la esperanza del futuro del mundo. Cristo es el Redentor del mundo: «Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5).

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