«Contento Señor, contento»

IN MEMORIAM DE LUIS ENRIQUE MARIUS

A los 75 años, este viernes 3 de octubre, en la madrugada, ha fallecido en Caracas Luís Enrique Marius. Un hombre de fe que ofreció toda su vida por el prójimo, en especial por los trabajadores de Latinoamérica a quienes defendió sus derechos en todos los continentes y espacios posibles. Amigo de Papas, campesinos, políticos y académicos, y seguidor fiel de la virgen de Guadalupe, la morenita

Te has ido luego de 3 semanas de complicaciones médicas por una neumonía y un tumor de hígado. Como hijos tuyos lo que podemos compartir es que has sido un verdadero padre y gran hombre. Hijo de un constructor italiano, te convertiste en un constructor infatigable y un creador de posibilidades para que los derechos, la libertad y la justicia de todos los hombres de la gran patria latinoamericana fueran respetados en todo el mundo. Esta pasión te hizo traer a tu familia desde Uruguay a Venezuela a finales de los años 70 y te movió a ayudarnos a cada uno a crecer con la misma pasión.

Perdimos la cuenta de tus viajes e historias de todo el mundo que nos abrieron horizontes inimaginables. Cuando no viajabas o trabajabas, tu pasatiempo era el trabajo manual y nos educaste a trabajar. Así construimos nuestra casa, nos enseñaste a valorar cada cosa porque siempre nos repetías: «El que no trabaja no come».

Pero en las últimas tres semanas de tu vida, a quienes tuvimos la gracia de estar contigo, nos diste un testimonio nuevo. Ya no eras solamente el dirigente sindical o el líder social luchando para mantener tu salud y para darle la vuelta a las indicaciones de los médicos para comer lo que le gustaba.

En estas semanas vimos al gran orador en silencio, al padre y hombre fuerte dependiendo de otros para casi todo. Vimos a un hombre de fe, ofreciendo el dolor y mostrándonos que el sacrificio, el dolor e incluso la muerte no son la desesperación y la última palabra sobre la vida.

Gracias a ti, papá, conocimos la experiencia del movimiento de Comunión y Liberación que ha continuado la obra educativa que iniciaste en nosotros, y que hoy nos ayuda a ver mejor lo que Cristo nos ha enseñado con tu enfermedad.

La realidad hay que seguirla y mirarla a la cara. Con tu enfermedad no pudimos planificar mucho, había que vivir el día a día. Estar atentos a los signos de tu tos, de tus dolores, de los síntomas, y no tanto de las ideas que nos podíamos hacer nosotros o los médicos.

Ver a un hombre tan capaz, potente y autosuficiente en la cama, postrado y dependiente nos ha recordado nuestra dependencia original. Que también nosotros que estamos “sanos” dependemos a cada instante de Él para respirar.

Todo se dio en un tiempo perfecto. Dios no violenta el tiempo de cada uno, ni nuestra libertad, sino que lo usa a nuestro favor para que podamos entender cada detalle, cada gesto tuyo cuando ya no podías hablar, cada mirada o media sonrisa.

Tu enfermedad generó una unidad no solo entre nosotros, tus hijos, sino que se convirtió en un hecho comunitario. Nuestros amigos hacían turnos para ayudarnos, vino una amiga del interior del país para apoyar en las noches. Los amigos ayudaban a buscar tantas de las cosas que escasean en el país: medicinas, pañales, etc.

Lo fascinante es ver que el recorrido que hemos vivido en estos días sirve para todo. El método que Dios usó para alcanzarnos a través de ti sirve para entender como estar frente a cualquier dificultad, dolor o problema, sea personal, comunitario o de un país como Venezuela.

Estamos agradecidos por permitirnos vivir estas circunstancias para crecer, para ser más Suyos, contemplando un hombre auténtico como tu, un hombre íntegro hasta el final.
Tenía razón don Giussani cuando decía: «¿Qué es lo más importante en la vida? Que sean hombres. Sientan lo que es propio del hombre, las exigencias y los problemas de cualquier hombre».

En las últimas semanas hemos sido testigos de la plenitud de tu vida y esto nos ha ayudado a entender lo que ha dicho recientemente el Papa Francisco, que la identidad del cristiano es la cruz, que el dolor y el sacrificio tienen un valor y un significado que nos llevan a la redención.


En una de tus últimas frases, elevando los ojos y con una sonrisa citaste a tu querido san Alberto Hurtado, nos dijiste: «Contento, Señor, contento». ¡Qué conciencia del Destino bueno que te esperaba! Ese es un signo claro del cristiano: la alegría. Que alguien pueda decir algo así unas horas antes de su muerte ilumina toda la existencia y nos acompaña para siempre.

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