#YOSITRABAJO
Celebramos el día del
trabajador en una Venezuela donde se trabajan menos días a la semana por una
crisis energética.
Es paradójica la
situación porque a inicios de este año el presidente Maduro justamente hacia un
llamado a la producción y la productividad. Pareciera que estamos todos de
acuerdo sobre el valor de trabajar y el impacto que genera en el desarrollo del
país. Pero, ¿no estamos llegando a este punto justamente porque se están
desmoronando las bases de una cultura del trabajo en el país? Se destruye al
ser humano cuando no se ofrecen oportunidades y condiciones adecuadas para
trabajar, producir y desarrollarse. En cambio proliferan nuevas modalidades
perversas de ganar el dinero fácil; en estos días leía que es más lucrativo en
Venezuela el contrabando de comida y medicinas que incluso el tráfico de droga.
Y todo esto además de
destruir las bases de nuestra persona y convivencia, fomenta el bien propio sobre el bien
común.
Por eso #yositrabajo,
porque cada vez que se me truncan las posibilidades de expresar y poner en práctica
todos mis conocimientos, habilidades y competencias me atrofio como ser humano.
En el trabajo está la posibilidad de crecer como persona y como país.
Para quien quiera profundizar dejo estas palabras del Papa
Francisco (de una catequesis que hizo el 19 de agosto de 2015) para reflexionar en este 1ro de Mayo. Cada uno haga la tarea de
ver con que conciencia trabaja y el amor que le pone a cada cosa que hace, sea
un día decretado laborable o no.
Ayer lo dijo en redes sociales: "@Pontifex_es: Trabajar es propio de la persona humana y expresa su dignidad de criatura hecha a imagen de Dios."
Catequesis del Papa
Francisco sobre el trabajo y la familia
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Después de haber
reflexionado sobre el valor de la fiesta en la vida de la familia, hoy nos detenemos sobre
el elemento complementario, que es el trabajo. Ambos forman parte del designio
creador de Dios. La fiesta y el trabajo.
El trabajo, se dice
comúnmente, es necesario para mantener a la familia, para crecer a los hijos,
para asegurar a los seres queridos una vida digna. De una persona seria,
honesta, lo más bello que se puede decir: ‘es un trabajador’, es uno que
trabaja, es uno que en la comunidad no vive a expensas de los otros. Hay tantos
argentinos hoy que he visto y diré como decimos nosotros ‘no vive de arriba’.
Y de hecho, el
trabajo, en sus mil formas, a partir de aquel hogareño, cuida también el bien
común. Y ¿dónde se aprende este estilo de vida laborioso? Primero que nada se
aprende en familia. La familia educa al trabajo con el ejemplo de los padres:
el papá y la mamá que trabajan por el bien de la familia y de la sociedad.
En el Evangelio, la Sagrada Familia de Nazaret aparece como una familia de
trabajadores, y Jesús mismo es llamado ‘hijo del carpintero’ o incluso ‘el
carpintero’. Y San Pablo no dejará de advertir a los cristianos: ‘el que no
quiera trabajar, que no coma’. Es una bella receta para adelgazar esta: no
trabajas, no comes.
El apóstol se refiere
explícitamente al falso espiritualismo de algunos que, de hecho, viven a
expensas de sus hermanos y hermanas ‘sin hacer nada’. El compromiso del trabajo
y la vida del espíritu, en la concepción cristiana, no están en absoluto en
oposición entre ellas. ¡Es importante entender bien esto! Oración y trabajo
pueden y deben estar juntos en armonía, como enseña San Benito. La falta de
trabajo daña también al espíritu, como la falta de oración daña también la
actividad práctica.
Trabajar –repito, en
mil modos– es propio de la persona humana. Expresa su dignidad de ser creada a
imagen de Dios. Por eso se dice que el trabajo es sagrado, el trabajo es
sagrado. Por eso la gestión de la ocupación es una gran responsabilidad humana
y social, que no puede ser dejada en las manos de pocos o descargado sobre un
‘mercado’ divinizado. Causar una pérdida en puestos de trabajo significa causar
un grave daño social.
Yo me entristezco
cuando veo que no hay trabajo, que hay gente sin trabajo, que no encuentra
trabajo y que no tiene la dignidad de llevar el pan a casa; y me alegro tanto
cuando veo que los gobernantes ponen tanto esfuerzo, trabajo, para encontrar
puestos de trabajo, para buscar que todos tengan un trabajo. El trabajo es
sagrado, el trabajo da dignidad a una familia y debemos rezar para que no falte
el trabajo a ninguna familia.
Por lo tanto, también
el trabajo, como la fiesta, forma parte del designio de Dios Creador. En el
libro del Génesis, el tema de la tierra como casa-jardín, confiada al cuidado y
al trabajo del hombre, es anticipado con un pasaje muy conmovedor:
‘Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, aún no había ningún
arbusto del campo sobre la tierra ni había brotado ninguna hierba, porque el
Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra. Tampoco había ningún hombre
para cultivar el suelo, pero un manantial surgía de la tierra y regaba toda la superficie
del suelo’. (2, 4b-6a).
No es romanticismo,
es revelación de Dios; y nosotros tenemos la responsabilidad de comprenderla y
asimilarla hasta el final. La Encíclica Laudato Si’, que propone una ecología
integral, contiene también este mensaje: la belleza de la tierra y la dignidad
del trabajo están hechas para estar unidas. La tierra se convierte en bella
cuando es trabajada por el hombre, van juntas.
Cuando el trabajo se
separa de la alianza de Dios con el hombre y la mujer, cuando se separa de sus
cualidades espirituales, cuando es rehén sólo de la lógica de la ganancia y
desprecia los afectos de la vida, la degradación del alma contamina todo:
también el aire, el agua, la hierba, la comida… La vida civil se corrompe y el
hábitat se descompone. Y las consecuencias golpean sobre todo a los más pobres
y a las familias más pobres.
La moderna
organización del trabajo muestra a veces una peligrosa tendencia a considerar
la familia un gravamen, un peso, una pasividad para la productividad del
trabajo. Pero preguntémonos: ¿cuál productividad? ¿Y para quién? La llamada
‘ciudad inteligente’ es indudablemente rica en servicios y organizaciones:
pero, por ejemplo, es frecuentemente hostil a los niños y a los ancianos.
A veces quienes
proyectan están interesados en la gestión de fuerza–trabajo individual, para
ensamblar y utilizar o descartar según la conveniencia económica. La familia es
un gran lugar de prueba. Cuando la organización del trabajo la tiene como
rehén, o incluso le obstaculiza el camino, entonces estamos seguros de que la
sociedad humana ha comenzado a trabajar ¡en contra de sí misma!
Las familias
cristianas reciben de esta coyuntura un gran desafío y una gran misión. Ellas
ponen en juego los fundamentos de la creación de Dios: la identidad y el vínculo
del hombre y de la mujer, la generación de los hijos, el trabajo que hace
doméstica la tierra y habitable el mundo.
La pérdida de estos
fundamentos es un asunto muy serio, y en la casa común ¡hay ya demasiadas
grietas! La tarea no es fácil. A veces puede parecer a las asociaciones de las
familias que son como David frente a Goliat… pero ¡sabemos cómo terminó ese
desafío! Se necesitan fe y astucia.
Que Dios nos conceda
acoger con alegría y esperanza su llamada, en este momento difícil de nuestra
historia. La llamada al trabajo para dar dignidad a sí mismo y a la propia
familia. Gracias.
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