«Cambiar las relaciones entre el mercado, el Estado y la sociedad civil»
Mensaje del Santo Papa Francisco en el Seminario «Cambiar
las relaciones entre el mercado, el Estado y la sociedad civil», organizado por
la Pontificia Academia de Ciencias Sociales
19 y 20 de octubre
2017
Ilustres Señoras y Señores:
Saludo cordialmente a los miembros de la Academia Pontificia
de Ciencias Sociales y a las personalidades que participan en estas jornadas de
estudio, así como a las instituciones que apoyan la iniciativa. Una iniciativa
que llama la atención sobre un tema de gran actualidad como es el de elaborar
nuevos modelos de cooperación entre el mercado, el Estado y la sociedad civil,
en relación con los desafíos de nuestro tiempo.
En esta ocasión, quisiera hablar
brevemente de dos causas específicas que alimentan la exclusión y las
periferias existenciales.
La primera es el aumento endémico y sistémico de las
desigualdades y de la explotación del planeta, que es mayor con respecto al
aumento de la renta y de la riqueza. Y, sin embargo, la desigualdad y la
explotación no son una fatalidad ni tampoco una constante histórica. No son una
fatalidad porque dependen, además de las diferentes conductas individuales,
también de las reglas económicas que una sociedad decide darse. Basta pensar en
la producción de energía, en el mercado laboral, en el sistema bancario, el
bienestar (welfare), en el sistema fiscal y en el sector escolar. Según cómo se
proyecten estos sectores habrá consecuencias diversas en el reparto de los ingresos
y de la riqueza entre quienes han contribuido a su producción. Si el fin
prevalente es la ganancia, la democracia tiende a convertirse en una
plutocracia en la que crecen las desigualdades y la explotación del planeta.
Repito: no es necesario que sea así; ha habido períodos en que, en algunos
países, las desigualdades han disminuido y el medio ambiente se ha protegido
mejor.
La otra causa de exclusión es el trabajo no digno de la
persona humana. Ayer, en la época de la Rerum novarum (1891), se reclamaba el
«justo salario del obrero». Hoy en día, además de esta sacrosanta exigencia,
nos preguntamos también porque todavía no se ha logrado poner en práctica lo
que está escrito en la Constitución Gaudium et Spes: «El conjunto del proceso
de la producción debe, pues, ajustarse a las necesidades de la persona y a la
manera de vida de cada uno en particular» (No. 67) y –podemos agregar con la
encíclica Laudato si’–respetando la creación, nuestra casa común.
La creación de nuevo empleo necesita, sobre todo en esta
época, personas abiertas y emprendedoras, relaciones fraternales, investigación
e inversión en el desarrollo de energía limpia para resolver los desafíos del
cambio climático. Hoy es concretamente posible. Es necesario desprenderse de
las presiones de los lobbys públicos y privados que defienden intereses
sectoriales; y también es necesario superar las formas de pereza espiritual. La
acción política debe ponerse al servicio de la persona humana, del bien común y
del respeto por la naturaleza.
El desafío al que responder es, pues, el de trabajar con
valentía para ir más allá del modelo de orden social vigente, transformándolo
desde dentro.
Debemos pedir al mercado no solo que sea eficiente en la
producción de riqueza y que asegure un crecimiento sostenible, sino que también
esté al servicio del desarrollo humano integral. No podemos sacrificar en el
altar de la eficiencia, –el «becerro de oro» de nuestros tiempos– valores
fundamentales como la democracia, la justicia, la libertad, la familia, la
creación. En esencia, debemos apuntar a «civilizar el mercado» en la
perspectiva de una ética amiga del hombre y de su entorno.
Análogo es el replanteamiento de la figura y el papel del
Estado-nación en un nuevo contexto como el de la globalización, que ha
modificado profundamente el orden internacional anterior. El Estado no puede
concebirse como el titular único y exclusivo del bien común sin permitir que
los cuerpos intermedios de la sociedad civil expresen libremente su potencial
completo. Sería una violación del principio de subsidiariedad que, combinado
con la solidaridad, es una piedra angular de la doctrina social de la Iglesia.
El desafío aquí es cómo aunar los derechos individuales con el bien común.
En este sentido, el papel específico de la sociedad civil es
comparable al que Charles Péguy daba a la virtud de la esperanza: como una
hermana pequeña está en medio de las otras dos virtudes –la fe y la caridad–
sujetándolas de la mano y tirando de ellas hacia delante. Me parece que esta
sea la posición de la sociedad civil: «tirar» hacia delante del Estado y del
mercado para que puedan repensar su razón de ser y su forma de actuar.
Queridos amigos, gracias por la atención que habéis prestado
a estas reflexiones. Invoco la bendición del Señor sobre vosotros, vuestros
seres queridos y vuestro trabajo.
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(vía news.va) (Original, en italiano) y tomado de www.hoac
(El texto resaltado no es del original, sino acentos o frases especiales que considero de especial atención para la lectura)
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