LA LIBERTAD Y EL PODER DE LOS SIN PODER
¿Alguien
puede estar tranquilo frente a la violencia que estamos viviendo? ¿Nuestra
felicidad pasa por eliminar al otro porque es diferente, porque piensa
distinto? ¿Si se lucha por nuestros derechos, hasta qué punto eso se puede hacer
atropellando los derechos de los demás?
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos (que existe desde 1.948) en su
primer artículo dice que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros”, y hoy en Venezuela parece
que estamos a años luz de esto. El punto de partida del “ser humano” es la
libertad, y mucho se ha escrito sobre ella, incluso siglos antes de que se
declararan universales estos derechos humanos. La libertad ante todo es un don,
porque es esencia misma del ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios, y para
ser libres no es indispensable que eso este consagrado en un documento o ley,
porque es nuestra esencia, nuestra naturaleza. Por ello es un verdadero
misterio que Dios ame más nuestra libertad que cualquier otra cosa, con todo el
riesgo que eso supone. Porque un uso inadecuado de la libertad, como estamos
siendo testigos en Venezuela, nos puede llevar también a la destrucción. Dios
corrió el riesgo más grande de la historia al someter a su único hijo a la
libertad de los hombres, desde el sí de María, pasando por la muerte y la resurrección
hasta el sí de Pedro (incluso luego de haberlo negado 3 veces). Por ello, además
de recibirla como un regalo, es nuestra tarea educar en la libertad, respetar
la de los otros, cuidarla como un gran tesoro y defenderla.
Paradójicamente,
frente a la injusticia, la violencia y todo tipo de violación de nuestras libertades,
en muchas personas emergen en primera instancia el odio, la venganza y la gran
tentación de eliminar al que es distinto, perdiendo incluso los motivos
originales por los cuales una persona lucha por su propia libertad. Entonces
comienzan las incoherencias y los errores de perspectiva: se pide justicia para
personas encarceladas sin un proceso justo y transparente, y a los victimarios se
les maldice y se pide eliminarlos; frente a la violencia se responde con más violencia;
ante el derecho de estar informado se genera más caos comunicacional. Parece
que lo que prevalece frente al mal es una respuesta igual o superior, pagando
una injusticia con otra y generando un espiral de violencia interminable, que
además está demostrado históricamente que no funciona. No es un tema para
agotar en este artículo, pero es muy interesante reflexionar sobre lo que
propone San Juan Pablo II, basado en su experiencia de vida bajo el Nazismo y
el Comunismo (1), de cómo frente a las ideologías del mal, el bien siempre se
impone.
La
imagen de la señora frente a la tanqueta que reprimía una marcha de oposición pacífica
el pasado 19 de abril, nos hace recordar a la plaza Tiananmen y cómo la
libertad de un ser humano es capaz de hacer retroceder un instrumento de
represión del poder.
Foto Leo Alvarez |
Si
miramos el origen de las protestas de los últimos años, podemos descubrir que
son la manifestación de realidades que nos unen a todos los venezolanos, más
que lo que nos separa por nuestras ideas o posturas políticas. “La realidad es
más importante que la idea” como recuerda el Papa Francisco (2), porque hoy en
día: ¿Quién puede decir que en Venezuela su trabajo le alcanza para cubrir sus
gastos básicos de alimentación? ¿Quién puede conseguir las medicinas y tratarse
en un hospital público o clínica privada? ¿Se puede circular sin el temor de
ser robado, secuestrado o asesinado en cualquiera de nuestras ciudades? Incluso
si vemos las posturas de personas cercanas ideológicamente al gobierno (3) vemos
el aumento de las críticas sobre su capacidad de gestión. Los únicos que no
logran ver esto son quienes se aferran al “poder por el poder”, o quieren tener
acceso a él por la misma razón.
Foto: Donaldo Barros |
Por eso es fundamental, frente a
cualquier expresión del mal, del uso inadecuado de la libertad que altera de
manera negativa la nuestra, preguntarnos: ¿Qué es lo que prevalece en nosotros?
¿Qué existe y prevalece en mi corazón para pensar que soy bueno, que estoy
limpio de pecado y dispuesto a tirar la primera piedra? ¿Somos parte de una legión
de santos y justicieros frente a los demonios? Lo que hizo Sor Esperanza
(magistralmente capturado en la foto), antes que los análisis cínicos y escépticos
que se han hecho sobre su gesto y el del guardia nacional, abre una pequeña
rendija de humanidad, incluso en los victimarios, cuando se acerca alguien con
una belleza desarmada.
Frente al drama que estamos
viviendo en Venezuela pareciera que para algunos el momento para perdonar no es
ahora, que el fin justifica los medios y que solo es posible comenzar a
perdonar luego de tener una montaña de muertos. Frente a una postura de este
tipo, nos ilumina nuevamente San Juan Pablo II, cuando en 2.002 decía: “No hay
paz sin justicia, y no hay justicia sin perdón”. Porque es necesario que todo
culpable de hacer el mal sea sometido a una justicia imparcial, y que corra con
las consecuencias de sus actos, pero al mismo tiempo tenga la oportunidad de
arrepentirse en algún momento (sentido último de cualquier condena penal). De
la misma forma es necesario generar espacios y procesos para que las víctimas,
a su tiempo y libremente, puedan tener la oportunidad de perdonar. Para entender
el valor de la justicia y la necesidad del perdón hay que mirar “la experiencia
vivida por el ser humano cuando comete el mal. Entonces se da cuenta de su
fragilidad y desea que los otros sean indulgentes con él. Por tanto, ¿por qué
no tratar a los demás como uno desea ser tratado? Todo ser humano abriga en sí
la esperanza de poder reemprender un camino de vida y no quedar para siempre
prisionero de sus propios errores y de sus propias culpas.”(4)
Si bien la justicia y el perdón
(sin impunidad) son claves para sanar una sociedad herida de muerte, al igual
que Vaclav Havel (5) creo firmemente que la esperanza para un país pasa por conocer
y ejercer el “Poder de los sin Poder”. Y esto consiste básicamente en sumar a
muchos venezolanos para que logren entender que las protestas pacíficas son un
derecho y además necesarias, pero deben ser complementadas con propuestas; que la
defensa y el ejercicio de la libertad tiene un gran poder, pero exige la responsabilidad
de construir un país juntos. El derecho a protestar por nuestros derechos no
debe pasar por encima de, por ejemplo, los derechos de todos de estudiar o
trabajar.
Adicionalmente,
es importante ser conscientes que un cambio de este tipo no se da de la noche a
la mañana, porque tenemos que tener la paciencia para entender que “el tiempo
es superior al espacio” (6), y es necesario iniciar procesos, tender puentes
que nos permitan transitar caminos en vez de construir muros para fortalezas
que asfixian. Por eso no debemos cansarnos nunca de proponer y construir desde
la responsabilidad que cada uno tiene en la vida: del estudio a cualquier tipo
de trabajo.
Cualquier gobierno, con el que
estemos de acuerdo o no, o incluso el que consideremos ideal, necesita dialogar
con una sociedad civil organizada que manifieste su vida a través de una
multiplicidad de obras educativas y de solidaridad, que den respuestas concretas
a las necesidades de los ciudadanos bajo el principio de subsidiariedad (tanta Sociedad
como sea posible y tanto Estado como sea necesario). Este es el verdadero
desafío cultural que tenemos. En Venezuela existen muchas obras de este tipo pero
necesitan movilizaciones iguales que las marchas de las últimas semanas, donde millones
de personas sin un poder aparente ejercen, a través de su libertad y
responsabilidad, el gran poder de ser protagonistas para la construcción del
bien común.
Alejandro
Marius
@alemarius
1.
San
Juan Pablo II. Memoria e Identidad. Conversaciones al filo de dos milenios.
2. Papa Francisco.
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (231). https://goo.gl/ifwGK1
3.
Varios
Autores: https://goo.gl/C9kyeg | https://goo.gl/UVmjgH | https://goo.gl/eEAG5w
4.
San Juan Pablo II. XXXV Jornada Mundial de
la paz 1 de enero de 2002. https://goo.gl/609ejR
5.
Vaclav
Havel. El Poder de los Sin Poder.
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