El futuro de la esperanza - Vaclav Havel

Hiroshima, 5 de diciembre de 1995

Señoras y señores,


     El tema de esta conferencia es la esperanza. Esta conferencia está teniendo lugar en Hiroshima, una ciudad en la que no podemos evitar pensar en la muerte. Permítanme por ello realizar unas pocas observaciones sobre el tema de la muerte y la esperanza. Déjenme comenzar con una nota personal. En muchas ocasiones en mi vida, y no solo cuando he estado en prisión, me he encontrado a mí mismo en una situación en la que todo parecía conspirar contra mí, en la que nada de lo que había deseado o por lo que había trabajado parecía que pudiese ocurrir, en la que no había prueba palpable de que nada de lo que estaba haciendo tuviera ningún significado. Esta es una situación que todos conocemos bien, una situación que no parece traer nada bueno, ni para nosotros ni para el mundo. Es una situación que podemos describir como desesperada.


     Cuando me encuentro inmerso en tal melancolía, me hago una simple pregunta una y otra vez: .por que, simplemente, no pierdes la fe en todo? O más drástico aun: .por qué resistes, cuando tu vida es tan claramente inútil? .Que utilidad tiene una vida en la que has de contemplar el sufrimiento de los demás, así como el tuyo propio, sin poder evitar ninguno de los dos? Cada vez, al final me daba cuenta de que la esperanza, en el más profundo sentido de la palabra, no viene de fuera; la esperanza no es algo que se encuentra en señales externas simplemente cuando algo puede que salga bien. Me di cuenta, una y otra vez, de que la esperanza es, ante todo, un estado de ánimo, y que como tal, o la tenemos o no, independientemente de las circunstancias a nuestro alrededor. La esperanza es, sencillamente, un fenómeno existencial que no tiene nada que ver con predecir el futuro.
     
     Podemos ver las cosas muy oscuras, y aun así, por alguna misteriosa razón, no perdemos la esperanza. Por otro lado, puede que todo salga precisamente como nos gustaría, y a pesar de ello, por alguna no menos misteriosa razón, la esperanza nos abandona de repente. Obviamente, este tipo de esperanza guarda relación con el mismo sentimiento de que la vida tiene un significado y de que mientras creamos que lo tiene, tenemos una razón para vivir. Si perdemos ese sentimiento, solo nos quedan dos alternativas: o nos quitamos la vida, o elegimos el camino más habitual, el de simplemente sobrevivir, vegetar, permanecer en este mundo solo porque ya estamos aquí.

     Es cierto, la esperanza es normalmente esperanza en algo o por algo. Así, está vinculada a algo específico: cuando estaba preso, por ejemplo, yo esperaba que un día alguien viese el sentido de mi encarcelamiento, y que todas las carencias que padecí en prisión podían llegar a convertirse en algo bueno, quizá en un fortalecimiento de ciertos valores. O quizá, como presidente, puedo esperar que una complicada serie de negociaciones políticas tendrá éxito y que poder mirar hacia atrás con la satisfacción del trabajo bien hecho. Pese a todo, el hecho de que la esperanza pueda ser esperanza por algo en concreto no cambia lo que he dicho con anterioridad: que la esperanza en su esencia más profunda no procede del mundo que nos rodea. La verdadera fuente no es el objeto que aparentemente la ha inspirado, igual que la perdida de esperanza no es resultado, en última instancia, de las circunstancias externas que parecen estar apartándola inevitablemente de nosotros. Ese puede ser el caso en la superficie, a nivel psicológico: cuando las cosas van bien, estamos satisfechos; cuando van mal, nuestro ánimo empeora. Incluso en el sentido existencial de la palabra, la esperanza no extrae su savia vivificante de ese objeto en particular. Funciona más bien al contrario: la esperanza anima a su objeto, le infunde vida, le ilumina. Si, sin embargo, la esperanza no es un mero resultado del mundo exterior, .de donde la obtenemos? He pensado en esto y me lo he preguntado mil veces a mí mismo y al final, para disfrute de algunos y asombro de otros, siempre he llegado a la conclusión de que el origen primario de la esperanza es, sencillamente, metafísico.

     Con ello, me refiero a que la esperanza es más, y llega más hondo, que una mera inclinación optimista o estado de ánimo determinado genética, biológica, química y culturalmente o de otro modo. Por supuesto, todos estos factores, desde nuestra educación y contexto cultural hasta la presencia de ciertos compuestos en nuestro cuerpo, sí que influyen en nuestra actitud ante el mundo y nuestro comportamiento, pero no los explican del todo. En alguna parte tras todo eso, reconocido o no, y articulado de diferentes formas, pero siempre en lo más profundo, se encuentra la experiencia de la humanidad con su propio Ser y con el Ser del mundo.



     Lo que me lleva al tema de la muerte. El hombre parece ser para nosotros la única criatura conocida sobre la que podemos decir con certeza que sabe cuándo va a morir. La muerte, para nosotros, no es solamente un extraño acontecimiento que vemos en los informativos de televisión en guerras, ataques terroristas o accidentes de coche. Al contrario, está con nosotros a cada paso del camino. Nuestros seres queridos mueren; cada enfermedad que padecemos, cada vuelo que cogemos o cada vez que vamos rápido en un coche, nos recuerda la muerte. La muerte está presente en nuestro comportamiento diario: incluso cuando esperamos a que se ponga verde el semáforo para cruzar la calle, lo hacemos para evitar la muerte. Es cierto que todos los seres vivos comparten ese instinto de supervivencia, pero los seres humanos son, probablemente, los únicos totalmente conscientes de dicho instinto. Y solo un ser humano sabe que todos sus movimientos y su meticulosa espera a que se ponga verde el semáforo serán en vano al final, porque morirá de todos modos.


     Si sabemos que vamos a morir y que cualquier esfuerzo por evitar la muerte está condenado al fracaso, .entonces porque seguimos viviendo? .Por que intentamos lograr nada? O, más importante: porque casi todas las cosas esenciales por las que luchamos, o a través de las que damos sentido a nuestra vida, trascienden claramente el horizonte de nuestras propias vidas? El sentimiento de bienestar que disfruto porque tengo buena salud ahora mismo, o porque estoy deseando conocer a personas interesantes, o porque les interesen a ustedes mis observaciones, puede explicarse en parte porque no veo la muerte como un futuro inmediato, porque me he olvidado de ella, o sencillamente porque la he apartado de mi mente. Pero la esperanza, en el sentido radical y profundo del que hablo aquí, no puede ser entendida en este contexto. Esta esperanza profunda, en su misma esencia, va más allá de nuestra muerte. Es más, esta esperanza sería bastante incomprensible y absurda teniendo en cuenta que sabemos que vamos a morir. No podemos creer en el sentido de nuestras propias vidas y mantener la esperanza como un permanente estado de ánimo si tenemos la certeza de que nuestra muerte significa el fin de todo.

     Lo único que puede explicar la existencia de una esperanza verdadera es la profunda y esencialmente arquetípica certeza, aunque negada y no reconocida cientos de veces, de que nuestra existencia en esta Tierra no es un suceso aleatorio entre billones de sucesos aleatorios que pasaran sin dejar huella. Pero es una pieza, o vinculo, por minúsculo que sea, con el gran y misterioso orden del Ser, un orden en el que todo tiene su sitio, en el que nada de lo que una vez se hizo puede deshacerse, en el que todo se registra de una manera incomprensible y en el que a todo se le da su valor correspondiente y permanente. Ciertamente, solo el infinito y lo eterno, reconocido o supuesto, puede explicar el no menos misterioso fenómeno de la esperanza.

     Es posible que algunos consideren estas ideas inverosímiles, pero no puedo evitar creer en ellas. No conozco ni un solo caso en el que exista una verdadera aceptación de un amargo destino personal, o, por ejemplo, en el que se emprenda un acto de valentía sin importar si existía una posibilidad inmediata de éxito. Esto no puede explicarse de otra forma que por el sentido de la humanidad de que algo que trasciende la satisfacción terrenal —creer en tal destino, o un acto de valentía aparentemente desesperado, cuya importancia no se entiende fácilmente— queda registrado de alguna manera y entra a formar parte de la memoria del Ser.

     Si exageramos un poco podemos decir que la muerte, o ser conscientes de la muerte, la más extraordinaria dimensión del paso del hombre por la Tierra, la que inspira temor, miedo y asombro, es al mismo tiempo la clave para completar la vida humana en el mejor sentido de la palabra. Es un obstáculo en el camino de la mente humana para ponerla a prueba, retarla a ser, en verdad, ese milagro de la creación que se considera a sí misma.
La muerte nos da la oportunidad de superarla no negándonos a reconocer su existencia, sino mediante nuestra capacidad para mirar más allá de ella, o para desafiarla a propósito. Sin experimentar lo trascendental, la esperanza y la responsabilidad humana carecen de sentido.

Señoras y señores,
Vivimos en un mundo que acoge ahora por primera vez en su historia una sola civilización humana. Dentro de esta civilización global, los destinos de billones de personas y cientos de naciones están tan entretejidos que se unen en uno solo. Esto tiene miles de ventajas y miles de desventajas. La principal desventaja es que cualquier amenaza que se presente hoy ante el mundo se convierte en una amenaza global. Seguro que no es necesario que les recuerde, en particular, las múltiples amenazas a las que se enfrenta la civilización actual, amenazas que, hasta el momento, el mundo ha sido bastante incapaz de afrontar. Mencionare, por ello, solo una de tales amenazas, a la que solíamos llamar el ≪conflicto de civilizaciones≫.

     Convencido de que ahora vivimos en una sola civilización, denomino esto más bien un conflicto entre distintas esferas de civilización, cultura o religión. Indudablemente, existe el peligro de que tal conflicto pueda, en efecto, estallar en el futuro. Cuanto más vinculados estamos dentro de una misma civilización y cuanto más tenemos que aceptar sus logros, ya sea con alegría o por necesidad —pese a lo mucho que homogeneicen nuestras vidas—, nuestras variadas tradiciones culturales y religiosas revivirán de nuevo con mayor notoriedad y las diferentes esferas de la civilización defenderán su individualidad con más energía. Así, la creciente uniformidad dentro de esta única civilización viene acompañada por su opuesto, una creciente y vigorosa autodefensa de las diversas identidades culturales. Como deberíamos contrarrestar esta amenaza? Qué clase de orden mundial, que sistema de cooperación global deberíamos construir para evitar el peligro de que nuestros nietos puedan experimentar horrores mucho más terribles que los de la Segunda Guerra Mundial, cuyo fin conmemoramos ahora después de cincuenta años? Como podemos evitar la posibilidad de que existan nuevos Hiroshima? Sin menospreciar la importancia de todo lo hecho por muchas personas sensatas con este fin, y todos los proyectos y visiones destinados a eliminar esta y otras amenazas que acechan a la humanidad, me gustaría enfatizar un elemento que considero especialmente importante. Este elemento está directamente relacionado con lo que he dicho aquí respecto a la esperanza y la muerte. Cuando examinamos las experiencias arquetípicas del hombre consigo mismo y con el mundo, vemos que se enfrenta a experiencias que le permiten saber que va a morir, pero también le permiten actuar como si nunca fuese a hacerlo; y comprobamos que, de una u otra manera, tales experiencias están presentes en los fundamentos primitivos de todas las religiones. .Acaso no están todas las religiones marcadas por la creencia en una autoridad superior a la autoridad humana, en la existencia de un orden más alto que el que hemos construido en este mundo? .Es que no aceptan todas la noción de una justicia superior que la justicia terrenal? .No se basan todas, explicita o implícitamente, en la esperanza, en ese metafísico sentido de la palabra sobre el que hemos reflexionado aquí? .No consideran todas lo infinito y lo eterno, de una forma o de otra, los últimos referentes para medir las cuestiones humanas? .No dirigen todas nuestra atención a lo que hay más allá de nuestra muerte? Y no infieren también, desde una humildad ante lo que nos supera, imperativos morales que nos ofrecen Como pautas para llevar una vida con sentido?

     Creo firmemente que si hay un vínculo que une los diversos mundos religiosos y culturales que conforman nuestra civilización hoy, solo su inquebrantable certeza puede ser la clave para una coexistencia humana duradera y para una vida que no se convierta en un infierno en la Tierra, que consista en el respeto a lo que nos supera.

     Eso es lo que yo llamo el milagro del Ser. Verdadera bondad, verdadera responsabilidad, verdadera justicia, un verdadero sentido de las cosas, todo ello tiene unas raíces mucho más profundas que el mundo o nuestros temporales planes terrenales: es un mensaje que nos habla desde el mismo corazón de la religiosidad humana. .Por qué, entonces, las distintas formas de religiosidad habrían de dividir de una manera tan fatídica a la humanidad? .Acaso no emanan las raíces espirituales de las diferentes religiones de ciertas experiencias modelo de la especie humana como ser consciente, precisamente lo que es común a la humanidad y por ello algo que podría unirla?

     No creo en una religión global. Ni siquiera estoy seguro de que la salvación de la humanidad y la recuperación de su sentido de la responsabilidad por sí misma y por el mundo consistan únicamente en un renacimiento de la religiosidad o incluso de la devoción. Me refiero a algo ligeramente distinto: la necesidad de adoptar y articular una nueva, esencial y fundamental experiencia de la humanidad y de infundir el espíritu de esta experiencia en la creación de un nuevo orden mundial, uno que nos permitiese vivir y trabajar juntos en paz sin obligar a nadie a renunciar a su autonomía cultural. Me refiero a la necesidad de actuar de forma mucho más enérgica que antes para descubrir e identificar lo que nos une, en lugar de lo que nos separa. Considero este el principal reto para el siglo y el milenio que viene. No es solo que esta sea, probablemente, la mejor manera de evitar la amenaza de un ≪conflicto de civilizaciones≫. Quizá sea también la única forma de despertar o resucitar un sentido de la responsabilidad que trasciende lo personal, la clase de responsabilidad que podría evitar también el resto de amenazas de las que tendrá que encargarse la humanidad en el futuro, como por ejemplo el impacto de la explosion demográfica, el deterioro del medio ambiente o la creciente desigualdad entre ricos y pobres.

     En conclusión: si la humanidad alberga la más mínima esperanza de tener un futuro digno, esta pasa por el despertar de un sentido universal de la responsabilidad, la clase de responsabilidad cuyas raíces son mucho más profundas que las de un mundo de intereses mundanos y efímeros.

     Como pueden ver, yo también he anclado mi esperanza a algo concreto e innegable, a las indiscutiblemente universales raíces de la consciencia que la humanidad tiene de sí misma. Desconozco si el mundo tomara o no el camino que la realidad ofrece.
Pero no perderé la esperanza. Les agradezco que me hayan otorgado el honor de recibir el Premio Futuro de la Esperanza y que me hayan permitido dirigirme a ustedes hoy.


VACLAV HAVEL. Extracto del libro: El poder de los sin poder y otros escritos. Ediciones Encuentro, Madrid 1990. 
Muy breve reseña bibliográfica: El joven Havel de los años sesenta, que casi sin educación se convirtió en un dramaturgo de éxito internacional; el disidente y prisionero político, que denuncio el régimen comunista y escribió algunos de los ensayos que harían de él uno de los más importantes pensadores políticos de Europa central; el líder pacifico de aquella Revolución de Terciopelo, que en unas semanas y sin un disparo acabo con el régimen comunista en noviembre de 1989; y también, casi por sorpresa, el Primer Presidente de la nueva Checoslovaquia, que emprendería una era de reformas e iniciaría el camino de retorno a Europa de su país.

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